La colección de Arte de la Antigüedad del Museo Nacional de Bellas Artes cuenta con ocho exponentes de arte etrusco. En comparación con el arte griego o el romano, el arte etrusco cuenta con pocas referencias en las colecciones clásicas fuera de la zona de la actual Toscana, en Italia -donde estuvo enclavado el reino etrusco-; y, en general, las piezas reciben escaso tratamiento. Inclusive la historia de los etruscos es poco conocida. Es por eso que, aunque la intención de esta publicación no sea dar un panorama histórico que respalde la fundamentación museológica de cada una de las salas, en el caso de los etruscos haremos una excepción. Tomamos en cuenta, además, que los escasos exponentes no repre-sentan, en modo alguno, lo que fue la cultura antecesora inmediata y uno de los pilares de la cultura romana.
El arte etrusco corresponde a una civilización que se desarrolló en la península itálica entre los siglos VIII y II a.n.e. Hallazgos arqueológicos prove-nientes de las antiguas ciudades etruscas en el territorio de la actual Toscana, -indicios de escritura, arquitectura y artes figurativas- han revelado que hacia el si-glo VIII a.n.e existía en esa zona una nueva civilización: un culto funerario diferente al que se practicaba antes en aquellas regiones y el rápido auge co-mercial de las ciudades allí enclavadas. De esta forma abrupta y sorpresiva se incorporó Etruria al escenario histórico de la península itálica.
Resulta difícil abundar en los incidentes de una cultura que, a diferencia de otras, no dejó historia escrita. Por otra parte - quizás, el mayor inconveniente- su flore-cimiento coincidió, primero con la edad de oro de Grecia, y después, con el creciente dominio de Roma.
Hacia el siglo VIII a.n.e. los etruscos ocupaban parte del norte y de la costa occidental de la península apenínica. Poseían un alto desarrollo agrícola, in-dustrial y comercial respecto a los pueblos de la península de aquella época y mantenían una intensa corriente de intercambio con Grecia y el Oriente, lo que inevitablemente propiciaba el contacto con culturas altamente desarrolladas. Las ciudades etruscas eran independientes unas de otras y formaban una confe-deración.
Esta condición de civilización altamente industrializada entre poblaciones atra-sadas propició una política exterior de conquistas: el Lacio, vecino inmediato, fue la primera víctima en el 650 a.n.e. A través de este territorio accedían los etruscos a la Campania, colonia helénica, lo que per-mitía la mediación comercial entre Grecia y los pueblos itálicos.
En 616 a.n.e. los etruscos se apoderaron de Roma, una pequeña aldea del Lacio cuya importancia local residía en que de ella partían todos los caminos que atra-vesaban la comarca, al otro lado del Tíber. Bajo la dominación de los reyes etruscos la pequeña aldea se convirtió en una ciudad con templos y edificios públicos, enriquecida por el comercio. El ingenioso sistema de alcantarillado y el alto grado de urbanización de la ciudad, al igual que los ritos religiosos, fueron también apor-tes etruscos a la civilización romana.
El pueblo etrusco fue uno de los más religiosos del mundo civilizado. De su religión conocemos sus tres carac-terísticas fundamentales: la revelación, el libro y los ritos, lo cual la acerca a la religión cristiana en el aspecto exterior aunque los fundamentos y el espíritu son radicalmente distintos. Los ritos regían todos los actos de la vida pública o privada de los etruscos quienes se com-portaban con mucha conciencia de la trascendencia de la divinidad. Entre sus deidades principales aparecen Tinia, Uni y Menrva, posteriormente asimilados a la tríada capitolina romana como Júpiter, Juno y Minerva.
El mundo funerario aparecía dominado por una multitud de monstruos y genios alados, masculinos y después femeninos, sobre la cual reinaba Turan, diosa-madre y dios-padre. Los etruscos se ocuparon considerablemente de sus muertos, como muestra el cuidado de las tumbas y los hallazgos provenientes de ellas. Buena parte de los exponentes de arte y cultura etrusca estaba destinada al uso funerario, según atestiguan los ejemplares ex-puestos en esta sala.
Las tumbas son el mejor indicio de lo que debió haber sido la arquitectura etrusca. A medida que se desarrolló la creencia en la nueva vida del difunto, nació una verdadera arquitectura funeraria: túmulos, hipogeos, templetes y sepulcros rupes-tres. Las paredes del interior de los sepulcros eran decoradas con pinturas o esculturas en relieve y en la roca eran talladas las puertas y las vigas del techo. O sea, los monumentos funerarios trata-ban de imitar la morada terrestre para facilitar al difunto el tránsito a la otra vida. Curiosamente, cada una de las ciudades etruscas hizo uso de una manifestación específica para decorar sus monumentos funerarios: en Vulci se usó la estatuaria; en Chiusi el bajorrelieve; en Tarquinia, la pintura, y en Fiésole y Volterra, la estela. Sin embargo, los temas se repiten tanto en las estelas como en los frescos y bajorrelieves.
El conocimiento del mundo divino y su voluntad posibilitó la creación de una ciencia dedicada a interpretarlo y satisfacerlo. Los etruscos alcanzaron un alto prestigio en la ciencia adivinatoria a través de los rayos y las vísceras de animales. Algunos historiadores aven-turan la opinión de que, de alguna manera, ellos conocieron su futura decadencia. Cierto o no, hacia el siglo II a.n.e. la cultura etrusca había desa-parecido prácticamente. Este hecho no debe atribuirse a la vecindad del ya poderoso y creciente imperio romano pues en el mismo caso estuvieron Grecia y Egipto, entre otros, y sin embargo, las cul-turas y las fuertes tradiciones locales de los griegos y los egipcios fueron absor-bidas, pero no aplastadas por los ro-manos.
La brevedad de los exponentes no invalida la creación del núcleo etrusco en las Salas de Arte de la Antigüedad del Museo Nacional de Bellas Artes. Las piezas en existencia permitirán abordar, muy bre-vemente, la alfarería, la plástica en te-rracota y los espejos de bronce, tres aspectos importantes de una civilización que dejó una profunda huella en el arte romano posterior y, por lo tanto, en la cultura occidental.
LA ALFARERÍA
Los vasos de cerámica imitan los modelos griegos, hecho condicionado por la importación de mercancías prove-nientes de la Hélade -el Ática, principalmente. Pero, aparte de las formas helénicas de expresión, se manifestaron características locales a partir del siglo VI a.n.e. En los más antiguos la decoración era a base de motivos geométricos. Posteriormente, aparecieron figuras es-quematizadas humanas y de animales en las que esencialmente evoluciona la cara. En el caso de los animales, el motivo del rostro de las fieras mirando al espectador -o de animales mitológicos- se utilizaba con intención de atemorizar.
Paralelamente a la producción griega importada se producían vasijas que emergen de la imaginación de los alfa-reros: ánforas cuya boca es una cabeza de león, copas rituales con perfiles humanos y otros. Excavaciones en las antiguas ciudades de Vulci y Chiusi han de-senterrado vasijas con el cuerpo en forma de animal. A estos vasos se les ha denominado como los canopos por su similitud formal con los vasos canopos egipcios, aunque no estaban destinados a las vísceras sino a las cenizas del difunto. Lamentablemente, no tenemos ninguna representación de ellos en este núcleo. Al principio rudimentaria, la cara fue evolucionando hasta llegar al retrato. Estas obras se desarrollaron alejadas de cualquier influencia extranjera y son representativas de la tendencia etrusca hacia el realismo y la individualidad. Los vasos de la colección de La Habana han sido publicados por Ricardo Olmos, del Centro de Estudios Históricos de Madrid, en su catálogo Los vasos griegos del Museo Nacional de Cuba.
TERRACOTA
La plástica en terracota estaba en función de la arquitectura religiosa, funda-mentalmente. El templo etrusco estaba formado por tres cámaras y se edificaba sobre un podio elevado con una sola vía de acceso. El podium era de piedra, pero el resto de la construcción era de ladrillos y madera, con elementos decorativos de terracota. Casi siempre esta decoración consistía en antefijas o acroteras, cabe-zas de mujer adornadas con motivos flo-rales, alineadas a lo largo del techo o rematando los frisos. También se han encontrado en muy menor escala, es-cenas pequeñas con dos personajes. En la época helenística más reciente -ya Grecia convertida en provincia romana y Etruria perdida su grandeza- los fron-tispicios presentaban estatuas monu-mentales y escenas mitológicas.
ESPEJOS DE BRONCE
Los ejemplos que se han encontrado siguen dos tipologías esencialmente: un disco de bronce montado sobre un mango de metal, madera o marfil; o un disco de bronce cuyo perfil se alarga para formar el mango. Una de las caras del disco se pulía hasta lograr que reflejara la imagen -el uso del vidrio con este propósito no se extendió hasta bien entrado el imperio romano y no en todas las zonas del occidente-, y la otra cara se decoraba con escenas ornamentales. Esta ornamen-tación del reverso podía ser en relieve, pero generalmente se usó la incisión. Los más antiguos llevan una sola figura, a menudo alada. Más tarde aparecen dos personajes en diferentes actitudes y lue-go, escenas de grupo.
Los temas eran variados: se destacan las leyendas mitológicas griegas y, entre ellas, la figura de Hércules, héroe muy popular entre las civilizaciones antiguas occidentales. El tema de la mujer, natu-ralmente, también fue muy recurrido: en su tocador, junto a una fuente o como cortesanas del séquito de Venus.